Puede que el tema de autoridad en la primera infancia sea la batalla más pesada de gestionar a lo largo de los primeros años de crianza. Para este y otros muchos temas, en educación no existen fórmulas mágicas ni universales, pero parece fundamental hacer un ejercicio de reflexión que nos ayude a ejercer esa autoridad de manera más positiva.
Como tenemos que ser sintéticos me parece interesante que nuestra reflexión se centre en las partes involucradas: los niños, los padres y el código de autoridad que manejamos como familia.
Veamos algunos aspectos prácticos, estrategias, y mecanismos relacionados a tener en cuenta para que esta autoridad fluya de manera positiva.
Nuestros hijos
Empecemos por los niños, que son la motivación que nos ha llevado hasta estas líneas. La realidad es que deben ser los padres los que mejor conozcan a sus hijos. Ejercer una autoridad positiva con ellos deberá traer consigo necesariamente un conocimiento personal profundo de cada uno de ellos: conocer su situación personal concreta, su psicología, sus puntos fuertes y débiles… todo nos ayudará a saber qué, cuándo y cómo exigir, sin atender a un manual universal.
Partimos de la base que son niños y, aunque parezca una evidencia, creo que lo perdemos de vista en muchas ocasiones. Sin embargo, entre las necesidades de un niño, directamente después de las básicas de: respirar, comer, dormir, etc., están la seguridad, que en estos primeros años viene dada por una estructura firme y equilibrada de apego y autoridad (siempre bien entendida). Un código que le permita saber qué puede o no puede hacer, cuando y cómo.
Dicho de otra forma, son niños y como niños se comportan. Y esto es un aspecto a tener muy en cuenta en el día a día. En ocasiones esperamos de ellos reacciones adultas cuando no están preparados a ningún nivel para serlo. Nuestro afán de comodidad y calma nos lleva dar una orden desde la cocina y esperar inmediatez en cumplirla. Llamamos: “¡A cenaaar!” y esperamos que suelten su juguete más preciado, dejen su batallita de turno y aparezcan en la cocina peinados y con las manos limpias. Pero no. Su mundo definitivamente no es el nuestro, sus necesidades y motivaciones no son las mismas, estamos en distintos planos.
Muy bien, ¿y qué podemos hacer? Podemos tratar de equiparar planos. Responder a su situación evolutiva pura y dura. Ejercer la autoridad supondrá en niños muy pequeños  (1 o 2 años) retirar el imperativo y animar a cumplir esas normas desde el juego para ir orientando hacia lo que llamamos una libertad responsable, entendida como la capacidad de tomar decisiones y asumir sus consecuencias.
Empatizar desde sus intereses y motivaciones nos ayudará a prever el conflicto. Sabemos cuando nuestros hijos «la van a preparar», así que más vale ir por delante, ponernos a su altura, anticipar lo que vayamos a exigir para que ellos vayan digiriéndolo, acompañar con alegría y trasladando expectativas altas. Luego hablaremos del cómo más profundamente.
También nos ayudará invertir en hábitos y rutinas. Estructurar la jornada de manera que ellos sepan qué tienen que hacer. Y recordad, ¡jugar también forma parte de esa rutina!
Nosotros, los padres
Partimos de una realidad en la que seguramente estemos todas de acuerdo: nos pasamos la vida corriendo. Extraescolares, compra, revisión en el pediatra, marrón de última hora en el trabajo; asumimos nuestro día a día como un ejercicio de supervivencia y se nos olvida que ese día a día, ese acelerón constante es sólo nuestro y no de nuestros hijos. Y en ese acelerón nos metemos en dinámicas que no nos funcionan pero en las que recaemos inevitablemente. Y siguen frustrándonos, pero no las cambiamos.
Ya, ¿y qué podemos hacer? Ser influencers (antes de que lo sean otros). Porque la autoridad, como todo lo demás en educación, está altamente vinculada al ejemplo.
No exijas que no griten si tu tono es elevado, no exijas que lean si no te ven hacerlo, no exijas voluntad y trabajo si te ven todo el día en el sofá, no te enfades cuando crucen en rojo si lo han hecho contigo mil veces.  Sé un ejemplo en cuanto al cumplimiento de normas y en tus formas. Se cómo te gustaría que ellos fuesen. Y para eso hay que estar. Sabemos que las circunstancias laborales son complicadas y que no nos permiten disponer de mucho tiempo en familia y que también queremos tiempo para nosotros, y para nuestra pareja… pero tenemos que hacer un esfuerzo por ser referentes en casa y para eso hay que tener presencia  más allá de las obligaciones de diario. Hay que jugar, hay que reírse, hay que disfrutar… hay que forjar y reforzar vínculo, para convertirse en un verdadero influencer. Sí, estamos cansados, llegamos a casa con más ganas de descansar que de batallar, pero es aquí y ahora cuando nuestros hijos están forjando su personalidad y cada día cuenta y cada día hay que ser cuidadosos con lo que reciben de nosotros, con lo que les ofrecemos de nosotros mismos. Así que olvidémonos de nuestra jornada, de nuestras preocupaciones (¡Y del móvil!) y con alegría aprendamos a disfrutar de crecer junto a ellos.
En este sentido, y viendo que en muchas ocasiones nos metemos en dinámicas que no obtienen los resultados que queremos, parece evidente que debemos cuidar más el cómo nos dirigimos a nuestros hijos.
A continuación veremos unas claves que nos pueden ayudar a pulir nuestro código de autoridad familiar. 
1. Establece contacto visual. Evitar lanzar órdenes al aire, especialmente desde la lejanía. Acércate a tu hijo y procura que te esté mirando cuando os habléis, sin imponerle directamente que lo haga. No te olvides de que la repetición exaspera. Si lanzas tres veces la misma orden desde la distancia y a la cuarta vas y gritas, ¿no te hubiese compensado acercarte a él a la primera?
2. Hablar sí, sermones no.  En la tendencia actual de negociación con los niños corremos el riesgo de establecer una conversación unidireccional, es decir tú hablas y nadie escucha. Sé sintético y práctico, lo que no significa ser seco. Deja claro tú mensaje y así tu hijo tendrá claro que se espera de él.
3. Lenguaje verbal + lenguaje no verbal. Procura que tus palabras digan lo mismo que tus gestos. Actúa con amabilidad y alegría y sé coherente entre lo que dices y lo que haces. Los niños, especialmente los más pequeños, no comprenden la ironía adulta (ese “fenomenaaaal…” cuando derrama la leche en el desayuno), no saben interpretar tus resoplidos o tus suspiros, de manera que acompaña lo que dices con tus gestos procurando que ambos tengan la misma interpretación.
4. Economiza: no lo mandes todo o no llegarás a nada porque has desfallecido en el proceso. Conoce la situación personal de tú hijo, ayúdate de lo hablado en tutoría y “pelea” lo importante para cerrar los ojos en cosas que no lo son tanto. Así que necesitamos aprender a callar algunas veces, el “sin ton ni son” es muy ineficaz.
5. Evita los ‘pero’: acostúmbrate a reforzar los esfuerzos y logros de tu hijo sin acompañar de una corrección de última hora. “Qué bien que te has vestido sólo Juan, pero no te has peinado…” ¡Error! Valora con efusividad su éxito más allá de que sepas que tiene otros aspectos que seguir trabajando.
6. Sé modelo de gestión del conflicto. Cuida tus reacciones. Desde los pequeños conflictos del día a día (ese coche que se salta un stop y te obliga a pegar un frenazo) hasta la manera en la que reaccionamos en familia a las dificultades de mayor o menor envergadura. Lo que ofrezcamos en casa será lo que ellos asumirán como bueno, de manera que antes o después  veremos nuestras reacciones en ellos.
7. Y, sobre todo, confianza y mucho amor. El vínculo afectivo que establezcamos con nuestros hijos será determinante para convertirnos en líderes en nuestras familias y que este ejercicio de autoridad fluya de manera mucho más positiva. Derrocha cariño y ternura, disfruta del tiempo con tus hijos, tírate al suelo, juega, reíros juntos, establece contacto físico con ellos, transmíteles confianza y seguridad en ellos mismos y, sobre todo, ofréceles amor sin pudor. Esfuérzate cada día en leer en la mirada de tus hijos “mis padres molan”.
Estíbaliz Somalo es profesora de Educación Infantil, pedagoga y experta en Educación Familiar